Tendemos a pensar aquello que llamamos “Yo” como un concepto inamovible y permanente. Desde esta creencia decimos “Yo soy”, “Yo nunca”, “Yo siempre…”.
¿Pero a qué se refiere esa minúscula palabra que utilizamos para nombramos a nosotros mismos?
Este YO que en apariencia tiene solidez y se entiende como una pieza “entera y única”, en realidad se parece más a pequeños eslabones todos unidos entre sí, en un movimiento constante.
Voy a pedirte que vayas a tu infancia y recuerdes un objeto que seguro en algún momento has tenido en tus manos y has hecho girar: un caleidoscopio. ¿Recuerdas? Era una imagen circular con un centro que permanecía estático y una superficie compuesta por piezas de colores más pequeñas que adquirían nuevas formas y colores con cada movimiento que ejercíamos sobre él. A una imagen así se parece el “YO”. Unificado en apariencia, pero en realidad se compone de muchas piezas de diferentes formas.
Les voy a dar un ejemplo para ir esclareciendo el concepto.
Es el caso de Sara:
Sara está en una reunión laboral, se muestra seria y responsable, mantiene un tono de voz más bien firme y convincente, cordial y atenta. Sale de su trabajo y se encuentra con sus amigas de toda la vida en un bar, se ríe a carcajadas, hace chistes y confesiones que dejan ver una mujer relajada y sin prejuicios. De vuelta a casa, ve a un señor en la calle pidiendo y se muestra muy generosa al ofrecerle una buena limosna y comprarle algo de cenar. Avanza una cuadra más y de repente insulta, se violenta y golpea el auto de una persona que casi la atropella sin darse cuenta. Pasa por casa de sus padres, de regreso a la suya y conversando con su papá muestra un tono aniñado, se encoje de hombros y le pide a su mamá que le haga una rica merienda. Luego de un buen rato, llega a su casa sus hijos pequeños corren a abrazarla, se saludan y rápidamente abandona “la niña” y se convierte en “la mujer super poderosa” enérgica y vital que en cuestión de minutos ordena su hogar y da indicaciones. Llega su marido y la invade de inmediato una actitud quejosa, tensa, cansada y criticona buscando inconscientemente se reconozca su labor.
La pregunta es: ¿Quién es Sara?
¿La seria y responsable? ¿La divertida y desprejuiciosa? ¿La generosa y compasiva? ¿La violenta e intolerante? ¿La aniñada y dependiente? ¿La enérgica y organizada? ¿La quejosa y cansada? ¡Sara es todas a la vez! Como en un caleidoscopio, cada vez que hay un movimiento, se muestra una nueva versión con una nueva tonalidad, una imagen renovada de uno mismo…
No es cuestión de género, con el hombre sucede lo mismo, no es el mismo Pablo el que va a la cancha que el que va a la oficina. Tampoco el que está con su madre y luego con su esposa, el de un lunes que el de un viernes…
¿Te habías dado cuenta de esta particularidad, en vos, en los demás? ¿Qué pasa aquí?
Sucede, que tenemos como seres humanos, un temor originario a lo impermanente, a lo desconocido y por supuesto, a la muerte. Este miedo genera la compulsiva necesidad de etiquetar y conceptualizar para volver predecible lo impredecible, simplificar lo complejo y sentirnos seguro en un mundo plegado de incertidumbres. Esto nos conduce a formar una idea de YO que nos garantice una “identidad”: así decimos “Yo Soy” ¿Pero de entre todas esas versiones o modos de ser, quien verdaderamente soy? La respuesta es la siguiente: Soy todas y a la vez ninguna de ellas.
¿Todas las versiones? Sí, cuando decimos YO esta pieza en apariencia única está compuesta por un montón de mosaicos más pequeños. Así, es más correcto decir: “una parte de mí es tierna”, “una parte de mi es miedosa”, “una parte de mí se anima”, “una parte de mí se enoja”, “una parte de mí es comprensiva”, “una parte de mi es intolerante”, “una parte de mí es divertida”, “una parte de mi es inmadura”, “una parte de mi es demasiado adulta”. Decir YO comprendiendo este contexto es sumamente impreciso porque en verdad ¡¡¡somos multitud!!!
¿Ninguna de ellas? Sí, porque en verdad estas partes se hayan en la superficie de un centro mucho más profundo que llamamos ESENCIA. Esta Esencia es lo permanente en lo impermanente (YO). Siguiendo la metáfora: es el eje central del caleidoscopio. Es la música original cuando se callan todas las demás voces que componen el “Yo”. La meditación, la auto-observación, el yoga o simplemente la práctica voluntaria de silencio, nos ayudan a conectar con este “Ojo del huracán”. Un trabajo terapéutico busca hacer contacto con esa parte de sí, la más honda y auténtica de cada uno de nosotros y lo más desafiante “aprender a vivir desde allí”. Esta es la zona del Sí Mismo (del cual habla Carl Jung) que “nos sabe”. La que nos da las respuestas que a veces no nos gusta escuchar y por ello tendemos a aturdimos con el vocerío de nuestra entremezclada personalidad. Dejar de pelearnos con todas nuestras partes y vivir desde la autenticidad de este centro, es la meta de todo trabajo personal serio y emocionalmente comprometido.
Una personalidad saludable
Una personalidad saludable es aquella que conoce todas sus partes y cada una de ellas en profundidad y sabe cómo gestionarlas. No se trata de suprimir nuestras piezas, ni de reprimir las partes que no me gustan y resaltar las que sí. Se trata más bien de “integrar”: mi parte miedosa con mi parte divertida, mi parte agresiva con mi parte comprensiva, mi parte relajada con mi parte ordenada. Esto es así porque ninguna parte es mejor que otra ni tiene más derecho que las demás a existir. Por ejemplo, mi parte agresiva me ayuda a enojarme y poner límite a una situación. Una persona que nunca se enoja, está en graves problemas, lo mismo que una persona que no tiene nada de miedo expondrá su vida imprudentemente. Una parte creativa también necesita una parte práctica que baje a tierra el producto de mi imaginación, de no ser así quedará solo en una buena idea ¿verdad?
El núcleo central que antes les nombre “la Esencia” es quien Observa y gestiona todas estas partes que componen el gran mosaico de nuestra personalidad. La Esencia es quien las pone a dialogar y trata de hallar respuestas lúcidas y cada vez más conscientes. Si este “Observador” está ausente o dormido, andamos por la vida como “jugando al gallito ciego”.
Este Observador “Esencial”, tal como un director de orquesta sinfónica, con más de ochenta músicos en escena, con gran concentración y perspicacia hace sonar a cada instrumento a la vez, en su justo “tempo” y espacio. La música que suene, resultará de su habilidad para armonizar e integrar las partes que componen ese todo. A mayor integración y comunicación entre ellas, más saludable será la personalidad.
¿Y la Personalidad disfuncional?
Es aquella que ha quedado fijada a una “única parte” de ese todo más complejo que constituye este complejo entramado. Como si de esa gran orquesta sonaría únicamente la trompeta. Sería un ruido cansador, monótono, aburrido y molesto, después de un buen rato nos levantaríamos del concierto. Así resultan, las personas que “solo” saben enojarse, que “solo” saben ser negativas, que “solo” saben ser víctimas, que solo saben ser “precavidas”, que “solo” saben criticar, que “solo” saben reírse también.
La salud está en la movilidad y la flexibilidad, pero no un movimiento caótico, sino integrado. Sin perder nunca el contacto y sintonía con esa voz Esencial que nos guía, si hay alguien que se dispone a escuchar.
Reciclando nuestras partes
En el transcurso de nuestra vida, estamos “llamados” a hacer una re-integración personal. A mirar cada una de nuestras partes y “dejar ir” las que ya no nos resultan o nos obstaculizan y “dejar venir” a las que necesitamos para crecer y mejorarnos. Una persona que trabaja sobre sí lo hará intencionalmente y a voluntad. Otras en cambio, la vida “los empujará” con una crisis que desarma la estructura que estaba dada. Cuando las piezas quedan revueltas…hay que forman una nueva figura del YO, seleccionando solo aquellas piezas que sean afín al retrato de mí más armónico y auténtico que pueda plasmar. Se abren aquí tres posibilidades:
1)- Quienes con las mismas piezas vuelven a armar la misma figura de siempre. Estas personas una vez pasada la crisis, se quedan en el lugar donde estaban, renegando con las mismas cosas de siempre, enojándose por los mismos temas de siempre, volviendo a priorizar lo que en medio del incendio se veía como intrascendente. Son las personas que “duran” pero no “maduran”.
2)- Quienes con las mismas piezas construyen una versión inferior a la anterior. Lo que podría haber sido una posibilidad de crecimiento interior y cambio se convirtió en ocasión de resentimientos y dolor. Este es el caso de las personas que al “durar” se deterioran.
3)- Quienes se “reciclan” a sí mismas en una figura superadora, crecen y evolucionan. Por propia voluntad o por circunstancias de la vida, se deciden a aprender, a soltar lo que ya no va y debe quedar atrás y a tomar lo necesario y lo que debe ser renovado. Se esmeran en resignificar sus experiencias y trabajan para expandir su consciencia. Identifican sus prejuicios, cuestionan sus creencias y trascienden sus condicionamientos. Es el caso de las personas que “maduran” y al durar se vuelven más sabias.
Estas últimas son las que logran girar el caleidoscopio de su YO por sí mismas, y en cada movimiento como pintor sobre su tela jugando con los tonos y colores, embellecen la obra más importante de su vida: “Ser la mejor versión de sí mismas”.
Psicóloga Corina Valdano.