Solemos pensar que hay emociones buenas y emociones malas, que está bien sentir esto y mal sentir aquello…El enojo es una emoción básica que ha tenido mala prensa. Sin embargo, hay un “enojo inteligente” con el que necesitamos hacer contacto para no “inmolarnos” en nombre de una paz artificial que no tiene cimientos sólidos, sino que pende de un hilo de tolerancia excesiva que de cortarse haría caer todo un gran edificio de ladrillos de hipocresía.
Situaciones injustas, vínculos abusivos, personas invasivas, agresiones pasivas, límites desoídos…van sumando tensión interna y generando una “masa crítica” que al saturarse ¡estalla! A veces ese estallido es resultante de la incapacidad de saber enojarse a tiempo y manifestarse.
Las personas que no saben enojarse son las más vulnerables a tolerar lo intolerable, somatizar lo indigno y quedarse de más en lugares nocivos. Enojarse es una “capacidad” y como toda habilidad deber ser entrenada y ejercida con conciencia y lucidez.
Este artículo no pretende alentar la violencia sino por el contrario, prevenir la “ira” que deviene del enojo silenciado y negado por quien interpreta que callar es mejor que hablar, que lo omitido desvanece lo evidente y que el devenir ordena lo que en verdad debe ser puesto en su lugar.
El Enojo Funcional
Enojarse no está ni bien ni mal, más bien resulta funcional o disfuncional. El enojo funcional es aquel que nos permite decir “¡basta!”: de una relación que no es recíproca, de un trabajo que no quiero, de esperar lo que no llega, de aguantar lo que nos pesa, de negar lo que nos enferma.
A nivel colectivo, el enojo nos convoca a exigir medidas, a revindicar valores o demandar lo que debe ser garantizado por quienes incumplen o desoyen reclamos generalizados. A veces la manifestación del enojo no cambia ni altera lo engorroso, pero “ex/presarlo” saca lo preso que está dentro y resulta liberador.
Cuando nos enojamos nos “dignificamos” porque reconocemos que no somos dignos de determinado “trato”, “destrato”, agresión o insulto. La cuestión no se reduce a enojarse o no enojarse sino “CÓMO” enojarse. Muchas personas plantean un enojo válido pero la forma o los modos inadecuados le quitan toda autoridad. El contenido del mensaje es desacreditado porque su manifestación es exagerada, violenta o inapropiada.
En otras ocasiones el enojo es derivado a lugares equivocados…una frustración personal encuentra una víctima al pasar en quien volcar esa insatisfacción, o bien se desplaza de una persona a otra porque tiene menos consecuencias. Por ejemplo:
- Enojarnos con la pareja que perdona y no con un jefe que puede despedirnos.
- Enojarnos con la hija que se le pasa y no con el hijo que si se resiente desaparece.
- Enojarnos con la amiga incondicional y no con la que si se ofende la devuelve.
En este caso, lo honesto será reconocer esta distorsión y al menos no dañar equivocadamente.
Ya lo decía Aristóteles: “Enojarse es fácil, pero enojarse en la magnitud adecuada, con la persona adecuada, en el momento adecuado, eso es cosa de sabios…”.
¿Qué esconde el enojo?
Detrás del enojo a veces hay una tristeza muy honda de desamor, de falta de reconocimiento, de abandono, de trato desigual. Cuando eso sucede, al correrse el velo del enojo aparece el llanto liberador que deja en carne viva una sensibilidad acorazada por una rudeza impostada.
También puede haber miedo y el enojo es una defensa y un ataque ante lo que considero vulnerable o puede ser cuestionable.
El enojo debe ser ante todo asumido, negarlo o reprimirlo es postergar su resolución o incrementar el conflicto. Asumirlo no necesariamente quiere decir “gritarlo a los cuatro vientos” bajo la bandera de hostilidad sincera. Asumir es ponerlo delante de mí y elegir cómo gestionar maduramente esa emoción:
- Reconocer el contexto.
- Elegir las palabras.
- Evitar los golpes bajos.
- No agredir a la persona, hablar de la “actitud”.
- Evitar generalizaciones, ser concretos.
- Buscar tener paz más que “tener la razón”.
- Hablar del propio sentir.
Psicóloga Corina Valdano.