Ya no soy quien era ¿Quién soy hoy?
Cuántas veces te ha pasado encontrarte con alguien que te hace un comentario y afirma algo de vos que hace años, incluso décadas quedó atrás…O bien, te encuentras hablando acerca de alguien como si el tiempo y la vida no hubiesen pasado para esa persona, afirmando cualidades y dando por sentado que de sobra la conoces.
Tendemos a pensar que la personalidad propia y ajena, es algo fijo y estanco. De esta idea derivan frases como “Yo soy así” o “Esa persona es así”. Pero…tal como nuestro cuerpo se va regenerando y no tenemos ni una célula igual a la que nos dio origen. Nuestra personalidad también se va remodelando y actualizando permanentemente. Es permeable a los acontecimientos de la vida, a nuestros cambios en nuestro modo de pensar, a las experiencias que vamos transitando, a los errores que nos ayudan a ir rectificando los caminos que vamos tomando. Así la persona que fuimos, puede que ya no esté aquí.... Y la persona de la que hablamos con soltura, puede no ser ya la antigua conocida.
Para interiorizarnos en este tema, es preciso considerar dos instancias que diferencia la Psicología Transpersonal: Esencia y Personalidad.
La Esencia: es nuestra parte no condicionada, aquel núcleo que permanece inalterable. Nuestro Self, nuestro Yo real, nuestro Sí Mismo, nuestra Alma, para las sabidurías milenarias. Esta Esencia, viene a vivir una experiencia humana para evolucionar y transitar sus aprendizajes. Es nuestra parte más profunda, más auténtica, aquella que “nos sabe” y que, si conectamos con ella, nos guía y orienta para vivir una vida significativa.
La Personalidad: es el ropaje con la que se viste la vulnerable Esencia para transitar la vida humana. Incluye nuestros mecanismos de defensas, las estrategias con la que logramos obtener lo que queremos. En suma, es el personaje que vamos creando en el transcurso de la vida y que contiene todas las atribuciones propias y ajenas de quienes creemos ser: “Yo soy activa”. “Yo soy crítica”. “Yo soy conflictivo”. “Yo soy tímido”. “Yo soy organizado”. “Yo soy un desastre”. Conforme vamos creciendo y relacionándonos, vamos sumando características y formando un sólido mosaico al que llamamos Personalidad.
Esta Personalidad es importante porque nos provee de un sentido de identidad, pero es solo la cáscara, es solo “una pequeña parte” de quienes somos en verdad. Nuestra verdadera Esencia, reposa en las profundidades de la personalidad. Y cada tanto reclama su voz cuando no es escuchada por las voces que resuenan en nuestra Personalidad.
Metafóricamente, para ser más ilustrativa, podemos decir que la Personalidad es el personaje y la Esencia es el verdadero actor. A veces sucede que el personaje “se traga” al actor. Así nosotros nos vemos muchas veces dominados por los mecanismos automáticos de nuestra personalidad. Reencontrarnos con el actor es sacarnos el “personaje” encarnado, alivianar su máscara para que algo de esa Esencia profunda se filtre y nos deje ver realmente quienes somos, en verdad.
La palabra persona, deriva del latín “personare” que significa “máscara usada en el teatro antiguo griego para representar un personaje”. Cuando decimos “Yo soy así”, fijamos la máscara. A mayor fijación de la máscara, más rígida se torna la personalidad.
Tal como un actor puede sacarse su máscara y sus vestiduras cuando termina su papel. Así, cada uno de nosotros necesita, en el transcurso de su vida “trabajar sobre sí mismo” para ir abandonando aquellas máscaras que asfixian más de lo que facilitan la expresión de nuestra más íntima expresión.
Del Soy Así al Quiero Ser
Desde esta mirada de la psicología, la personalidad no “ES” sino que “VA SIENDO...”. Es un proceso en continuo movimiento y reactualización. Siendo artesanos de nosotros mismos podemos ir modelando este envase llamado Personalidad como si fuese una especie de arcilla, para que pueda ser canal de expresión de nuestra Esencia más profunda. Por supuesto que la personalidad no se regenera a sí misma…El oficio de artesano se aprende y se practica. Si omitimos ese trabajo intransferible podemos irnos de este mundo renegando de las mismas cosas de siempre, enajenados de quienes somos en verdad, distraídos por los caprichos egóicos de nuestra personalidad. Cuando olvidamos que la personalidad es vehículo de nuestra verdadera Esencia, creemos ser solo el ropaje externo de nuestro ego. A este ego que tanto le gusta poner y ponerse etiquetas, se nombra a sí mismo diciendo “Soy así” y desde este rígido lugar asume que nada es posible hacer para cambiar aquellas cosas que ya no gustan, “puesta la etiqueta” eso nos compramos. Los escenarios de vida cambiaron, los años pasaron y seguimos “encariñados” con aquel viejo traje que nos pusieron nuestros padres y nosotros luego lo encarnamos… Nunca más nos preguntamos ¿Quién soy en verdad? ¿Soy lo que me contaron que era? ¿Sigo siendo la misma persona?
¡Viene bien hacer una advertencia! Nada, absolutamente nada en nuestra personalidad se formó por azar o casualidad. Tuvo su sentido, su razón de ser…solo que puede que hoy necesite revisión… Una característica de la cual reniego en la actualidad y conforma parte de mi personalidad, alguna vez nos sirvió y hasta nos salvó la vida…Por ejemplo: una persona que aprendió a ser exigente porque así lograba que sus padres la registrasen y felicitarán de pequeña, un niño que aprendió a ser temeroso para dejar tranquila a su madre sobreprotectora. En aquel momento infantil, fue necesario para adaptarnos a nuestro entorno íntimo responder a lo que interpretábamos que nuestros padres querían de cada uno de nosotros. Conquistar el reconocimiento de ellos era asegurar el amor y atención que necesitábamos para sobrevivir dada nuestra real vulnerabilidad. ¿Pero hoy? Ese niño/a vulnerable creció ¿por qué es que seguimos con ese mismo patrón? Aquella niña ya siendo grande puede elegir “aflojarse”, del mismo modo que el niño que hoy es un señor puede desafiar sus miedos y animarse a lo que antes no. Ya no hay una madre temerosa que sigue a capa y espada…Sin embargo, seguimos encarnando los mismos rasgos…el problema, es que hace rato dejaron de ser recursos, y hoy pueden ser grandes limitaciones en nuestra vida.
¿Qué quiero decir con esto? Que no se trata de pelearnos con los propios rasgos de personalidad, pues en algún momento nos valieron. Se trata, por el contrario, de reactualizarlos y equilibrarlos con su complemento, con el opuesto que mandamos a la sombra. En los casos anteriores: la niña crecida no tendrá que dejar de pretender mejorarse, pero sí es bueno que aprenda “también” a relajarse, a distenderse y a mimarse. Del mismo modo, aquel niño temeroso, deberá de grande desarrollar valentía y osadía para no seguir toda su vida sometido a sus miedos.
Así, aceptarnos, es el primer paso para transformarnos. No se trata de pelearnos con quienes fuimos hasta aquí. No es bélica la transformación, es armoniosa a partir de integrar nuevas cualidades a nuestra personalidad. Características que se adapten al contexto en el que nos estamos desplegando en el presente. La personalidad cuanto más flexible y adaptable más saludable y funcional resulta en el intercambio con los demás y en el trato hacia nosotros mismos.
La Personalidad que nos enseñaron, hoy podemos aprenderla nosotros mismos.
Queda claro que, lo que llamamos Personalidad es la suma de rasgos que hemos aprendido de acuerdo a las experiencias de vida que tuvimos y los mandatos recibidos. Aprendimos a ser desconfiados porque han traicionado nuestra confianza, a ser obsesivos porque nos pretendían perfectos, a no demostrar afecto porque no nos demostraban abiertamente amor, a ser dependientes porque siempre alguien lo hacía mejor que yo…Y la lista puede seguir indefinidamente. Sin embargo, la infancia no es destino y todo lo aprendido se puede desaprender si nos proponemos aprender maneras nuevas de ser y hacer.
Una buena estrategia para lograrlo es tomando conciencia de cuáles son aquellas características más sobresalientes de nuestra personalidad sobre las cuales tendemos a afirmar “Yo soy de esta manera”. Podemos comenzar haciendo una especie de itinerario por nuestros distintos roles y funciones: ¿Cómo soy como amiga? ¿Cómo soy como mamá? ¿Cómo soy como mujer? ¿Cómo soy como trabajadora? ¿Cómo soy como hermana? ¿Cómo soy como hija? Este paso es necesario porque una característica puede funcionar muy bien en un determinado rol y ser disfuncional en otro. No puedo tratar con la misma distancia y formalidad a un hijo que a mi jefe, ¿verdad? Una Personalidad fija, trata todo por igual. Una frase acorde sería: “Quien tiene solo un martillo, ve clavos en todos lados…”.
Una vez hecho este sincero auto-registro, debemos tomar cada una estas cualidades y desde la plena consciencia y honestidad, reflexionar: ¿Qué de mi personalidad provisoria ya no me sirve o me sobra? ¿De qué carezco hoy y necesito desarrollar? ¿Paciencia? ¿Tolerancia? ¿Responsabilidad? ¿Autonomía? ¿Consideración? ¿Amorosidad? ¿Qué sí de mí me gusta en un determinado rol y puedo implementarlo en otro para volverlo más funcional?
Quien descubre esta capacidad de auto-modelarse, cuenta con un potencial enorme para reinventarse cada vez en una mejor versión.
A las personas que trabajan sobre sí mismas, los años las vuelven más sabias e integradas. A quienes no, los años las vuelven personas tercas e inflexibles. ¿Por qué? Porque la misma mascara toda la vida, con el paso de los años se endurece y se oxida. Es decir: los rasgos no trabajados, que se nos han encarnado, en lugar de “tenerlos a ellos”, “son ellos quienes nos tienen a nosotros y nos dominan desde la mecanicidad de sostener las mismas rutinas de ser. ¡Han ganado vida propia! Así: nos sale la cara que nos queremos poner, decimos las cosas que no queremos decir, hacemos lo que dijimos que no ibamos a hacer, etc. etc. ¡Actuamos poseídos por lo que hemos aprendido!
La propuesta es: sacudir nuestros ropajes, vaciar el ropero de esos viejos hábitos que ya no nos sirve y actualizar las partes que requieren reciclarse. Por cuenta propia, si es posible, o con ayuda si no es suficiente…Pero, es fundamental dejar ir el “Yo soy así” y dejar venir el “Cómo quiero ser”. Podemos vernos como río en movimiento o como agua estancada. Lo segundo, es condenarnos a quedarnos en el mismo lugar sin poder avanzar.
Cuando logramos vernos a nosotros mismos como ríos caudalosos, podemos ver en los demás esa cualidad y reconocer la posibilidad de que sean diferentes a cómo pudieron ser alguna vez. Si nos vemos a nosotros mismos siempre en el mismo lugar, siempre lidiando con las mismas torpezas, pensaremos que todas las personas que nos rodean siguen esta misma ley de inercia, detenidas en los mismos rasgos. Esa afirmación de los demás es en verdad, una proyección del propio estancamiento personal. Con una mirada congelada, observamos nuestro alrededor y seguimos viendo: “al vago de siempre”, “al que no siente cabeza”, “al adicto”, “a la tonta”, “al tímido”, “al chanta”, “al infiel”. De allí nacen los tan conocidos “pre-juicios”, hacemos una sentencia previa de acuerdo al pasado sin detenernos a re-actualizar o cuestionar esas verdades que tratamos como inobjetables. Pero ni un error es condena ni una etapa de la vida nos define. Así que no nos arrebatemos a hacer sentencias de los demás ni abandonemos la preciada posibilidad de reactualizar y embellecer nuestra personalidad.
Este artículo es una invitación a no darse “por sentado” ni a dar por sentado a los demás. Cuando se encuentren diciéndose a ustedes mismos “Yo soy así” o de los demás “Es así”. Recuerden que mientras tengan un soplo de vida, un atisbo de respiro, siempre se está a tiempo de ser la persona que queremos ser.
¿Cómo comenzar? Soltando el victimismo, retirando las excusas, dejando de poner el ojo afuera y abandonando los prejuicios propios y ajenos. No hay tarea más ardua y gloriosa que tallar la propia madera, no hay oficio más digno que ser el propio escultor de uno mismo.
Psicóloga Corina Valdano.