¿Vives desde el miedo o desde la inspiración?
Generalmente cuando nos preguntamos ¿cómo nos gustaría que sea nuestro futuro? No tenemos demasiada idea acerca de que responder. Pero sí solemos identificar lo que no queremos que nos ocurra o cómo no quisiéramos sentirnos el día de mañana.
Lo normal es que tengamos claro que nos gusta y que nos desagrada respecto de lo que estamos viviendo hoy y lo mismo respecto de lo que ya hemos vivido, qué nos gustó y que hubiésemos preferido evitar si volveríamos el tiempo atrás.
Sin embargo, si miramos hacia delante podemos encontrarnos con un gran velo que no nos permite identificar con claridad hacia dónde queremos caminar. Esa gran incógnita puede tener que ver con la infinidad de estímulos y posibilidades que hoy nos confunden más de lo que nos aclara. Entonces, lo que más nos cuesta de tener elegir entre el sinfín de opciones disponibles, es hacer el duelo por las opciones que quedan por fuera cuando tomamos una decisión.
Ahora bien, cuando se trata de cuestiones o impedimentos internos la respuesta no está fuera sino dentro. Sucede que de pequeños nos enseñan infinidad de conocimientos pero no nos enseñan a confiar en nosotros mismos. Nos preguntan poco y nada y nos aconsejan demasiado acerca de cómo tenemos que vivir la vida: “haz esto o aquello”, “jamás te arriesgues por esto”, “ten cuidado con esto otro”.
Ante tantas advertencias, el mundo más que un maravilloso mapa a explorar se nos torna un sitio amenazante del que nos tenemos que cuidar. Así, la emoción que comienza a dominar nuestro paso por la vida es más el miedo a fallar que el entusiasmo por triunfar, entendiendo por esta última palabra la posibilidad de vivir haciendo lo que nos inspira y nos llena de energía y vitalidad.
Ante tantas advertencias, el mundo más que un maravilloso mapa a explorar se nos torna un sitio amenazante del que nos tenemos que cuidar. Así, la emoción que comienza a dominar nuestro paso por la vida es más el miedo a fallar que el entusiasmo por triunfar.
Los que viven desde el miedo pueden llegar a decirnos: soñar despiertos “es una pérdida de tiempo” y tildarnos de idealistas e ingenuos. De buenas a primeras nos bajan de un gomeraso a una realidad que pareciera irremediablemente ser dura y difícil de transitar.
Creer en nosotros mismos hasta puede ser visto como un acto de prepotencia o soberbia. Quienes permanecen por siempre en su zona de confort, se sienten personas frustradas y resentidas por lo que no se animaron a vivir. Ancladas en su zona de conocida, se sienten infelices pero seguras y sobrevaloran la sensación certidumbre por encima de la dicha de sentirse desplegarse cada día en su auto-superación y realización personal.
Es una pena creer que ilusionarse es una tontería porque la forma de alcanzar lo que queremos es precisamente soñar “despiertos” y luego trabajar duro y con perseverancia para hacer realidad lo que en primera instancia fue un ideal. Resalto la palabra “despierto” porque es con los pies en la tierra, con la consciencia despejada y dando pasos firmes hacia la dirección deseada que podremos bajar las ideas a una realidad concreta.
Es con los pies en la tierra, con la consciencia despejada y dando pasos firmes hacia la dirección deseada que podremos bajar nuestras ideas y nuestros sueños a una realidad cierta y concreta.
Entonces las preguntas que debemos hacernos son:
- ¿Realmente no sabemos lo que queremos?
- ¿O reconocerlo nos da miedo porque nos empuja a salirnos de nuestra zona de seguridad o confort?
- ¿Y si nos animamos y nos va mal? ¿Y qué si nos va bien?
Zona de Confort
Es importante reconocer algunos conceptos que pueden ayudarnos a reconsiderar la manera en que nos posicionamos en la vida. Por un lado está la conocida zona de confort, que es la zona metafórica para definir el territorio en el que nos movemos a diario y tenemos la seguridad de dominar. En esta superficie las cosas nos resultan conocidas, nos sintamos o no felices, nos agraden o no, seguimos estando allí por resistencia al cambio, por temor a que lo que venga pueda ser peor.
Zona de Experimentanción
Alrededor de la zona de confort, está la zona de experimentación, aquella en la que nos animamos a vivir cosas distintas, a desarrollar nuevas habilidades, a adquirir nuevos conocimientos, a ampliar nuestra visión del mundo y a cuestionar nuestras creencias.
En esta zona se sale de la apatía y se siente la adrenalina de nuevas sensaciones y emociones que enriquecen nuestros puntos de vista. Aquí cruzamos el umbral de nuestros hábitos y costumbres cotidianas y decidimos por ejemplo: aprender un idioma nuevo, iniciar una carrera que nos despierta curiosidad, cambiar de trabajo por otro que nos ilusiona más, podemos dar un paso más allá y apostar a conocer una cultura distinta, experimentar vivir en otro país que nos intriga, etc.
Hay personas que se la pasan explorando su zona de aprendizaje, les apasiona no solo experimentar lo distinto sino conocerse a sí mismos y ponerse a prueba a través de estas desafiantes vivencias. En cambio, hay otras personas que se la pasan en la madriguera y no asoman sus narices a nada que suponga mover una ficha de lugar. Para ellas cambiar es sinónimo de peligro e inseguridad, sumado a una buena dosis de comodidad que tarde o temprano les sienta peor porque por dentro experimentan la sensación de sentirse una especie de “bonsái” a medio desarrollar.
Hay personas que se la pasan en la madriguera y no asoman sus narices a nada que suponga mover una ficha de lugar. Cambiar lo sienten como peligro e inseguridad, sumado a una buena dosis de comodidad que tarde o temprano les sienta mal porque por dentro experimentan la sensación de sentirse una especie de “bonsái” a medio desarrollar.
Zona de Grandes Desafíos
Un paso más allá de la zona de aprendizaje está la zona desconocida a la que pocos se le animan ¿por qué? porque para los seres humanos transitar la incertidumbre es un hazaña heroica y sumamente audaz. Yo la llamaría la zona de las grandes apuestas y los grandes retos en la vida. Es la que más osadía implica pero es también la que más beneficios y recompensas oculta tras su aparente amenaza e intimidación. Hay quienes no se animan a dar ese paso porque piensan que no hay vuelta atrás, que su zona de confort desaparecerá apenas se atreven a espiar más allá. Sin embargo, esto no es así ya que al salir de ella no la perdemos sino que la extendemos. Cambiar no es perder, por el contrario muchas veces es sumar, añadir, ampliar. El cambio es desarrollo y despliegue y nos lo han vendido como un acto fatídico que debemos evitar.
El tironeo interno entre el miedo y lo creativo
Cuando nos proponemos cambiar, hay dos fuerzas que tironean en direcciones opuestas.
- Por un lado, la ansiedad emocional que nos mantiene por temor en el mismo lugar.
- Por otro lado, el espíritu inquieto y buscador que nos impulsa a ir más allá de lo conocido y a experimentar lo creativo.
En este tironeo interno, la motivación y el entusiasmo por lo nuevo tiene que ser mayor a lo que nos susurran nuestros miedos.
Y no se trata de no tener miedo, si esperamos a no tener miedos para animarnos a algo nuevo, nunca será el mejor momento. Lo fundamental es trascenderlos, ir más allá de ellos, como si fuese un banco de neblina que se abre a medida que vamos avanzando hacia lo incierto.
Cuando lo desconocido se torna familiar, los miedos se disipan y uno tiene la recompensa y el orgullo personal de haberse animado a lo que antes no. Este territorio conquistado nos da la confianza y la seguridad para desplegarnos y animarnos a superar lo que de entrada nos da miedo, y es natural que sea así.
Cuando lo desconocido se torna familiar, los miedos se disipan y uno tiene la recompensa haberse animado a lo que antes no. Este territorio conquistado nos da la confianza y la seguridad para seguir desplegándonos y dar un paso más allá.
Cuando comparamos nuestro punto de partida y la distancia que hay respecto de donde queremos llegar, sentiremos que nos empequeñecemos porque tomamos consciencia respecto de todo lo que tenemos que aprender, recorrer y andar. Aquí nos será útil recordar no solo los recursos con los que contamos sino el potencial que tenemos por desarrollar. Y sobre todo, tener bien presente el “para qué”, es decir: el sentido que tiene para nosotros aquello que queremos lograr. La atención tiene que estar puesta en cómo nos sentiremos cuando lo logremos y no en cómo nos sentimos ahora mismo. La ansiedad y el temor no permanecerán por demasiado tiempo, solo forman parte del recorrido de lo incierto.
Animarnos a lo difícil
Cuando nos animamos a lo difícil, nos sentimos demasiado vulnerables o poco competentes. Hay quienes nos dicen que es demasiado arriesgado, incluso nosotros mismos podemos murmurarnos que es temerario o atrevido. Aun así debemos seguir adelante, porque los miedos del ego, que se resiste a cambiar, no son guías fiables para movernos en la realidad de una vida que quiere ser vivida desde la audacia y la intensidad. Somos humanos, venimos a aprender, podemos fallar, equivocarnos y volver a apostar. Quien nunca se equivoca es porque no mueve un alfiler de lugar y ese sí es el peor error que tarde o temprano nos vamos a reprochar.
Quien nunca se equivoca es porque no mueve un alfiler de lugar y ese sí es el peor error que tarde o temprano nos vamos a reprochar.
La sensación de inestabilidad e incompetencia pasa una vez que ampliamos nuestra zona de seguridad. Cuando lo que hoy nos da miedo mañana nos enorgullezca, nos sentiremos no solo capaces sino que habremos sembrado semillas de seguridad y confianza para los nuevos desafíos y retos que nos propongamos.
No hay mayor satisfacción que mirar hacia atrás y sentirnos gozosos y orgullosos del camino recorrido y de cuanto hemos crecido en el trayecto de este viaje que es la vida que vamos eligiendo cada vez que despejamos nuestros miedos y nos animamos a ir más allá de lo conocido. Sumémosle a esto preparación, estrategia, perseverancia y constancia y la formula de la felicidad estará asegurada. No por efecto de magia, sino por la convicción de tener un plan de acción, entusiasmo y ganas de superación.