Cuando la ansiedad nos desborda, nos convertimos en autómatas persiguiendo zanahorias que se alejan ante cada intento de acercamiento. La “ansiedad arrolladora”, me gusta llamarle…porque cuando invade irrumpe como un Tsunami, arrasa con nuestra capacidad de reflexionar, con nuestra capacidad de priorizar, y derriba nuestra endeble serenidad.
La calma se torna intranquilidad y la tendencia a ver como urgente lo que puede esperar, no se advierte, solo ansiamos que las cosas sean “ya”.
En nuestra mente no existe la opción de aguardar, nos invade las ansías de controlar. Olvidamos lo que está mucho más allá de nuestras limitadas posibilidades humanas y padecemos las frustraciones de los resultados que no llegan y de los tiempos que no son los nuestros.
Las caras de la ansiedad
La ansiedad se disfraza de mil caras: un proyecto que no se concreta, un emprendimiento que lleva su tiempo, una respuesta pendiente, un trabajo que se posterga, una inspiración que no llega, un día que no rinde, una productividad que no se incrementa, una etapa que no acaba o una nueva que no comienza.
Pareciera que siempre estamos queriendo estar en otro lugar, en el cual nuestra presencia real nunca está. ¿Dónde estamos cuando no estamos? Precisamente, absorbidos por los vaivenes de nuestra mente y en las trampas de nuestro ego que como Dueño y Señor pretende controlar lo que lejos está de cualquier intento de dominio particular. A veces nos olvidamos que somos apenas humanos, inmersos en un “Orden Invisible” que nos trasciende y tiene sus propios ritmos y matices. Nos imponemos con soberbia pretendiendo que las cosas se hagan a nuestro tiempo y manera.
Nuestras demandas las más de las veces son insensatas, porque tendemos a olvidar la mayor verdad: la vida tiene un orden, un ritmo, sus pausas necesarias, sus períodos de confusión a los que solemos resistimos. Esto solo nos genera “sufrimiento inútil”, totalmente inevitable si aprendemos a fluir con los acontecimientos que nos ofrece la Vida.
Cuanta más nuestra aversión y resistencia a dejarnos llevar por el flujo de la vida…más persistimos en el enojo y en la frustración de que las cosas no sean “hoy”.
No hablaría de un destino, pues pienso que el libre albedrío es asunto personal pero sí afirmo la inteligencia de aprender a fluir con los mensajes que la “Vida” nos trae. Resistir con terquedad, querer marcar los ritmos y apresurar procesos que llevan tiempo de maduración, de preparación, de aprendizaje, resulta muchas veces prematuro, así la “Vida” pareciera cuidarnos para lo que aún no estamos preparados.
Confiar en que cada cosa tiene su momento, en modo alguno quiere decir quedarse “sentado” esperando que la Vida provea y asista…sino respetar los ritmos naturales y no insistir más de la cuenta, no forcejear tercamente, no golpear más de mil veces las mismas puertas.
Cuando la ansiedad se vuelve tensión, en lugar de motor de superación, nos quita el sueño y nos esclaviza en las trampas de una mente cegada, que no logra ver más allá.
Decodificar las sincronicidades que se nos presentan, no insistir más de lo humanamente posible, es liberarnos del encierro de que las cosas sean como queremos que sean y ver solo obstinadamente una opción habiendo tantas como nuestra apertura mental nos los conceda.
Aprender a “pausar” nos ayuda a replantear
Es posible trazar nuevos caminos, re-enunciar nuevas opciones cuando lo planeado no resulta después de varios intentos. Diferenciar la “perseverancia” de ser meramente “tercos”, es la manera más inteligente de utilizar la ansiedad para salir adelante y no ya para enojarnos con lo que no nos sale.
De lo contrario, nos enojamos con el mundo, nos condenamos como inoperantes o descargamos la furia de la propia frustración en actitudes agresivas hacia afuera, o se incrementa una violencia interna a modo de autocrítica severa.
Caemos en el error de pensar que la “ansiedad” tiene una causa externa, cuando en verdad habita en el interior más recóndito de nuestra personalidad. Así, cualquier situación que no se concreta, “que no llega”, es la excusa ideal para liberar un modo de posicionarnos ante la vida desde la preocupación y la insatisfacción de que en otro lugar “estaremos mejor”. Es por eso que cuando finalmente obtenemos la dicha de la felicidad por eso deseado que al fin llegó…nunca calma esa “sed” de pretender más. La vara se corre ante un nuevo objetivo que pretende ser la felicidad “real”.
Si finalmente llego el trabajo ansiado, al cabo de un tiempo será el puesto de al lado, si el proyecto se concreta hay algo mejor que dejamos fuera, si la productividad aumentó…es tiempo de que vaya mejor. La ansiedad oculta la trampa de pensar que todo lo bueno está por delante. Ahí caemos cuando nos distraemos. Tener los ojos abiertos es no dejarse engañar por las promesas de felicidad que están siempre situadas un paso más allá.
Así, casi sin advertirlo entramos en una rueda que nos marea y nos convence que la vida es mejor en la otra orilla…De este modo, la mera existencia se nos pasa aguardando lo que vendrá y descuidando lo que hay.
Poniendo a jugar la ansiedad a nuestro favor
No es en absoluto malo desear y la ansiedad tiene mucho que ver con este verbo que nos empuja hacia adelante. El deseo nos mantiene “vivos” y encendidos, los proyectos nos entusiasman poniendo la mirada en un futuro prometedor. Y eso resulta sanador muchas veces…, pues nos aleja de la depresión y del sinsentido de mantenernos vivos. Nos ayuda a no anclarnos en tiempos pasados.
La ansiedad forma parte del deseo que empuja hacia adelante. Equivocamos el camino, cuando la ansiedad se apodera del deseo, en lugar de ser el condimento de un deseo bien encauzado, el motor para avanzar hacia lo anhelado.
Cuando la ansiedad cree que la conquista es el resultado, en lugar de la experiencia de lo transitado, desespera en el intento de conseguir cualquier meta. La impaciencia es abrumadora y desmoraliza cualquier intento de crecimiento.
La ansiedad no es buena ni mala, resulta nociva cuando resulta exagerada. Cuando nos comanda, en lugar de ser utilizada como un recurso personal con el que podemos contar cada vez que necesitamos cierta dosis para activarnos y no quedarnos perezosos siempre en el mismo lugar. La sana ansiedad nos asiste y entusiasma. Pues, sino contaríamos con una dosis de ansiedad, quedaríamos presos de la apatía y del desinterés ante la propia vida.
La ansiedad es una cualidad que puede transformarse en un recurso de auto-superación, cuando la energía es bien dirigida, o bien, puede convertirse en nuestra mayor esclavitud cuando obedecemos ciegamente a las promesas de felicidad, dejando a un lado la vida misma que acontece y no advertimos porque estamos distraídos en lo que vendrá. Nos acostumbramos así, a vivir de promesas y no de reales vivencias que acontecen en el momento en el que estamos.
¡Cuán difícil es mantener a “raya” la ansiedad para que sea un recurso y no un rasgo de personalidad que no nos deja vivir en paz!
La ansiedad saludable, tiene el sabor del entusiasmo, del despertarse cada día con el afán de dar pasos hacia aquello que anhelamos.
La ansiedad patológica, en cambio, es la que no nos deja dormir, nos persigue donde estamos y nos codena por disfrutar, pues el ocio es una pérdida de tiempo ante la carrera por conseguir “ese resultado” que sin duda se aleja cada vez que obsesivamente lo perseguimos como garantía de lo que creemos nos hará feliz.
La vida nos da una gran lección que debemos incorporar “nada es permanente”. El budismo, se encarga de enfatizar que el apego a lo impermanente, es la raíz del sufrimiento. Cuando nos apegamos a una promesa de felicidad estamos condenamos a la insatisfacción. Soltar el resultado y disfrutar el proceso, es la manera de ganar sabiduría, “saborear el camino”, más que ansiar ciegamente un resultado perseguido.
La ansiedad tiene que ver, con “llegar”, la sabiduría “con saborear”. El camino que transitamos puede llevarnos a lugares muy distintos a los marcados en un inicio. Pero no menos válidos por eso. Una ansiedad flexible que puede alternar sus recorridos y metas, es la más compatible con crecer al tiempo que conquistar desde un sano lugar lo que queremos lograr.
Te invito a que te preguntes: ¿Cuándo tu ansiedad te domina? ¿Diferencias entre verdadero deseo y vana terquedad? ¿Cuánto te olvidas de vivir hoy por la promesa de lo que vendrá? ¿Replanteas tus caminos si lo establecido te frustra, en lugar de despertar entusiasmo y vitalidad?
Quizás estas preguntas, te ayuden a diferenciar la ansiedad saludable de la perturbadora y abrumadora. La sensación de libertad que sientes al soltar lo que a puños cerrados te esmerabas en aprisionar…es indicador de que elegiste el camino mejor, el de fluir con la vida en lugar de resistir y aferrarte a lo que te angustia más de lo que te libera y te serena.
La vida se trata de vivir…no de perseguir todo el tiempo lo que vendrá bajo promesa de felicidad. Da lo mejor de vos “ahora”, por muy poco que sea…cada cosa con amor, dedicación y devoción…Los resultados devendrán de la actitud de vida que asumas hoy en las condiciones en las que estás.