Empezar algo y dejarlo a la mitad, descuidar lo más importante, maltratar el cuerpo, desestimar los logros, idealizar lo ajeno, enojarnos por los mismos errores de siempre, postergar lo bueno para sí, sostener hábitos poco saludables… ¿Resuenas con alguna de estas afirmaciones? Si perteneces al común de los mortales, seguro que sí.
Ahora bien, es posible que pudiendo tratarnos mejor, vivir más plenos, conseguir lo deseado y desplegar lo mejor de nosotros, optemos por negarnos esas posibilidades. Sí, eso sucede y nos sucede a todos en mayor o menor grado o en algún momento en la vida. A esta actitud que nos resulta incomprensible ante nosotros mismos y advertimos fácilmente en los demás se le ha llamado: autoboicot.
¿Qué se esconde detrás de este “atentado” contra uno mismo?
Muchas son las motivaciones que se ocultan tras esta actitud. Hoy me gustaría citar algunas de las que más observo en mi trabajo como psicóloga y en mi búsqueda personal.
Fidelidad familiar: la familia como ámbito de pertenencia va transmitiendo creencias y gestando una identidad que envuelve a todos sus miembros: “somos de corta vida”, “a nosotros todo nos cuesta”, “el dinero siempre falta”, “somos gente de sacrificio”. Estas expresiones cavan profundo en el inconsciente familiar y desde allí actúan sobre el inconsciente personal, tal como si fuesen órdenes hipnóticas que obedecemos sin revelarnos ni cuestionarnos. Así, como un equipo de futbol sale a la cancha con su camiseta, así nosotros salimos a la vida levantando esas banderas en honor a nuestros ancestros. En nuestro inconsciente opera la siguiente ecuación: “obedecer es sinónimo de pertenecer, igualar es honrar”. A diario veo jóvenes que habiendo cursado su carrera sin grandes dificultades se demoran tantísimo tiempo para entregar su tesis o rendir el último examen. ¿Cómo es que esto sucede? Una posible respuesta son las denominadas: “lealtades invisibles”. Por ejemplo, si mis padres no han podido estudiar, puede que uno se niegue inconscientemente esta posibilidad. Crecer y superarse en este caso, en el inconsciente es sinónimo de alejarse del clan familiar. Quizás recuerdes una película memorable: “Mi nombre es Sam”. En esta historia la niña se resistía a seguir aprendiendo lo que a su padre no le era posible. Superar a su padre era para ella “traicionar” su figura. Esto deja en claro que, detrás de toda conducta que en apariencia resulta perjudicial para sí mismo y/o para otros, se esconde una intención positiva. En esta historia “por amor a su padre” limitaba su crecimiento. Lo mismo sucede en relación a aquellas miembros de la familia que logran lo que otros no (una carrera universitaria en una familia de nivel cultural más bajo, una pareja saludable con una madre dolida de amor, la posibilidad de disfrute en una familia sufrida, etc.).
“Tomar conciencia” de estas fidelidades familiares es aprender a amar a nuestros ancestros sin limitarnos por ellos. “Darnos cuenta”, comprender lo que nos resulta incomprensible a nuestra conciencia, ayuda a no enojarnos con esa parte de sí que “nos detiene” por interpretaciones erróneas, por demostraciones inadecuadas de afecto. Lo saludable en el árbol es agradecer lo conseguido hasta aquí y abrir las puertas que aún están cerradas. Esto honra a los que nos antecedieron y libera a los que vendrán. Ese “árbol” debe ser regado por cada uno de sus miembros para que siga dando frutos cada vez más jugosos y nutritivos. Cuando desde la toma de conciencia dejamos de “repetir” historias ajenas, comenzamos a “elegir” la propia vida. Vivir por debajo de nuestras posibilidades de despliegue es señal de que estamos coartándonos posibilidades.
Temores inconscientes: el cambio nos resulta aterrador. En nuestro inconsciente cambio es sinónimo de amenaza. El primer cambio que transitamos fue el paso del útero materno a la salida al mundo, sin duda la experiencia más traumática. A su vez el mayor temor con el que lidiamos durante nuestra vida es el miedo a la muerte, el último de los cambios drásticos que experimentaremos todos en algún momento. Buscamos la certidumbre, la seguridad, los entornos previsibles para resguardarnos del dolor y para evitar sufrimientos. Esta asociación inconsciente: “cambio = amenaza = muerte” hace que nos resistamos a movernos de donde estamos y a tolerar lo intolerable bajo la promesa de lo conocido manejable. Cambiar de trabajo, trasladarse, iniciar un vínculo nuevo, separarse, tener un hijo, recibirse implican abandonar las estructuras conocidas y crear nuevas. Este pasaje demanda energía y nuestro inconsciente se esmera por ahorrarla. No juzga si ese cambio es para mejor o peor, si es bueno o malo, favorable o desfavorable, ante todo prioriza la supervivencia y entiende que, si hemos llegado con vida hasta aquí, debemos dejar todo tal cual está. Somos como animalitos temerosos con miedo a hacer algún movimiento que implique avivar a algún depredador. Tenemos miedo a salir lastimados, a sufrir, al fracaso, a la soledad y nos protegemos a veces torpemente. Lo bueno es saber que es “solo una parte de sí”, nuestra parte más primitiva, la que nos susurra temerosa al oído. Una herida de amor no sanada puede activar esa parte de sí primitiva ante la posibilidad de un nuevo amor, el miedo al fracaso puede postergar indefinidamente una buena oportunidad de éxito.
Es posible disponernos a dialogar con esta parte de sí que intenta protegernos, agradecer su intención de preservarnos y desobligarla de tener que recordarnos los riesgos porque estaremos atentos de cuidarnos desde lugares nuestros más crecidos, maduros y conscientes. Si nos peleamos con esas partes nuestras que nos detienen, generaremos violencia interna y nada se consigue por la fuerza y la hostilidad, solo nos enemistaremos más aun con nosotros mismos.
Comprender que dentro nuestro habitan distintos “yoes” que a veces nos logran ponerse de acuerdo es disponerse a abrir el dialogo y llegar a establecer alianzas. Quien dirige esta tertulia es esa parte “Consciente” que se da cuenta a partir del trabajo sobre sí. Conocernos, “sabernos” nos posibilita gestionarnos a nosotros mismos en lugar de seguir justificándonos y excusándonos desde la ignorancia de lo que en verdad nos pasa.
No merecimiento: todos cometemos errores en el intento de ser mejores, podemos hacer lo incorrecto deseando hacer lo correcto, podemos dañar torpemente o juzgar desde un nivel de consciencia superior lo que hicimos o dijimos desde un nivel de consciencia inferior. Reconocer nuestra humanidad es no condenarnos por no actuar como quisiéramos siempre. No se trata de ser indulgentes con nosotros mismos sino de no pasarnos de severos y reprocharnos de por vida nuestros errores o desaciertos. Son más las personas ignorantes que malintencionadas, inmaduras que rudas. Al ignorante se lo vuelve sabio no se le pega azotazos ni se le quita el aprecio. A veces nos comportamos así con nosotros mismos y no nos dejamos en paz, nos convertimos en los jueces más severos y los carceleros más duros. No miramos con desprecio, nos negamos el placer y nos privamos de toda recompensa bajo la firme creencia de “no merecer”.
Así como hay partes temerosas que se resisten al cambio, hay partes nuestras enojadas que nos castigan hasta el cansancio. Si creemos no merecer lo bueno para nosotros alejaremos todo aquello que juzguemos como bueno para sí (un trabajo, una persona, un nuevo hábito, un logro). Desde esta severidad nos maltratamos, nos negamos el disfrute y nos alejamos del placer. O bien nos demoramos demasiado en salirnos de aquellas situaciones que nos dañan o vínculos que nos hacen doler.
La intención positiva aquí es hacer justicia, contrarrestar las culpas, pagar nuestras deudas para aliviar el malestar interno. El problema es que esta actitud ni nos sana ni repara los daños hechos. Desde la plena consciencia de este conflicto interior podemos “hacer acuerdos” que resulten saludables y constructivos. No se trata de hacer caso omiso a nuestros errores sino de poner punto final a la auto-tortura sinsentido. Una opción sería pedir disculpas a quien creo haber ofendido, si esto no es posible podemos hacer un acto simbólico reparador que nos haga sentir más dignos. Puede que el daño haya sido auto-dirigido y no nos perdonemos haber dejado una carrera, haber descuidado una pareja, etc. La toma de consciencia de esta frustración habilita a hacer en el presente lo que no fue hecho o concluido en el pasado.
De todo lo dicho se desprende una premisa fundamental: “todo comportamiento es generado por una intención positiva”. Interrogar ese propósito, develar sus significados y comprender nuestras contradicciones nos permite hallar la punta del ovillo de una madeja enredada que necesita ser disuelta para tejer el tapiz de nuestra vida con puntadas firmes y colores afines.
No debemos pensar que hay un INCONCIENTE “saboteador” que nos juega una mala pasada y se empeña en amargarnos la existencia, solo se trata de partes nuestras menos crecidas y desarrolladas que necesitan ser escuchadas y serenadas desde partes más lúcidas y trabajadas de nosotros mismos.
Ser gentil, tolerante y comprensivo con nosotros mismos nos dispone a mirarnos no con lástima sí con compasión, no con rudeza sino con devoción. Desde ese amor incondicional hacia sí, que las tradiciones de sabiduría oriental llaman “Maitri”, podemos elegir con lucidez lo bueno para sí. Esto es SALUD, esto es AMOR.
Psicóloga Corina Valdano.